BUSCAR Y HALLAR A DIOS EN TODAS LAS COSAS

¡Cuánto suscita en nosotros la frase de San Ignacio de Loyola: "buscar y hallar a Dios en todas las cosas..."!
Buscar y hallar son dos términos que, en una primera aproximación, parecen muy separados uno del otro. "Buscar": siempre primero y al comienzo de un proceso. "Hallar": siempre después y al final de un recorrido. Como si fueran dos polos alejados de un mismo camino que imaginamos largo, duro y difícil de transitar.
San Ignacio coloca ambos términos en la primera anotación: “...buscar y hallar la voluntad divina...”, al explicar el sentido de los ejercicios espirituales [EE 1]. Por otra parte San Agustín, en las Confesiones, dedica todo un capítulo a la búsqueda de Dios[1]. También en la Palabra de Dios, el Señor ha manifestado claramente que hay que buscar primero su Reino y su justicia (Mt 6, 33).
Pero si existe una distancia enorme entre nuestros caminos y los de Dios, entre nuestros pensamientos y los suyos (Isaías 55, 9), parece ser que, en una mirada más profunda, no existe tanta distancia entre los dos términos aludidos: “buscar” y “hallar”. ¿Acaso no son dos verbos que en el Verbo están unidos? Nuestro Señor Jesucristo los ensambló en forma inseparable mediante una afirmación: "Porque les aseguro que el que busca encuentra… buscad y hallaréis" (Lc. 11,9-10). Buscar y hallar, espacial y temporalmente separados en el hombre, parecen ser, en Dios, simultáneos. Dos caras de una misma moneda. A Dios se lo halla mientras se lo busca y nos invita a buscarlo mientras de deja encontrar...
Sin embargo, se trata de buscar y hallar a Aquél que suele ser, muchas veces, escurridizo: "¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?…" -se queja Fray Juan de la Cruz-. Y se trata de buscarlo y hallarlo, nada menos que en todas las cosas, punto en el que ha insistido San Ignacio, particularmente en la Contemplación para Alcanzar Amor [EE 230-237] y, con frecuencia, en las Constituciones y Cartas. “Hay que encontrar a Dios en todas las cosas” es una de las frases con las que el P. Nadal –gran conocedor del espíritu de Ignacio- sintetiza el ser contemplativo en la acción[2].
Encontrarlo en medio de las maravillas de la creación; en las pequeñas y grandes alegrías de la vida; en los profundos y gratos momentos del amor verdadero, en la calma de una oración silenciosa. Pero... ¿qué tal en el dolor?, ¿en la dificultad?, ¿en medio de la crisis?, ¿en las agitaciones de la vida cotidiana? Allí, cuando la barca parece hundirse ¿dónde está Dios? El salmista se queja: "¿Porqué te quedas lejos, Señor, y te ocultas en los momentos de peligro?” (Salmo 10,1); "¿Hasta cuándo me tendrás olvidado, Señor? ¿Eternamente? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?…" (Salmo 13,2).
Se trata de un verdadero desafío: buscar y hallar el rostro de Dios en medio de las pruebas, del sufrimiento, del dolor. En este punto se requiere adoptar una actitud valiosa (valor de actitud) que el Dr. Viktor E. Frankl identificó como la más elevada del hombre[3]. Cuando estamos frente a una enfermedad irreversible, ante una situación desagradable que no podemos evitar, ante la pérdida de un ser querido, sólo nos queda tomar una posición, responder, frente al hecho inevitable y doloroso. Si creo que puedo no responder, me engaño, respondo de todos modos frente a lo inexorable de la situación que me interpela. Sí, porque a veces creemos que somos nosotros los que tenemos una pregunta que hacerle a la vida y esperamos una respuesta. Pero la vida nos sorprende preguntándonos ella y ahora somos nosotros los que tenemos que responder.
No es menos cierto que, muchas veces, no es Dios quien calla, somos nosotros los que estamos sordos a su grito y ciegos para descubrirlo en lo pequeño y sencillo. Recordemos al maestro Ignacio de Loyola, cuando, observando aquella florcita, musitó: "-si, calla, calla, ya sé que me hablas de Dios." No le pidamos a Dios más maravillas sino más capacidad para maravillarnos (P. Menapace).
Recuerdo el caso de una paciente que concurrió a consulta luego de un intento de suicidio, y que el único momento grato que pudo rescatar de su pasado, en relación a su padre con quien tenía una relación conflictiva, fue cuando éste: un día de frío y antes de cruzar la calle, al advertir las manos frías de su pequeña hija, la tomó de sus manos y le dio calor con las suyas.
Un pequeño gesto, una mirada tierna, un silencio, una sonrisa, pueden ser el rostro de Dios escondido: "…tu rostro busco Señor, no me ocultes tu rostro.." (Salmo 27,8).
“¿Y dónde estaba yo cuando te buscaba?-se pregunta San Agustín- Tú estabas, ciertamente, delante de mi, mas yo me había apartado de mi mismo y no me encontraba. ¿Cuánto menos a ti?”[4]...“Ciertamente, alabarán al Señor los que lo buscan (Sal 21,21) porque los que lo buscan lo hallan y los que lo hallan lo alabarán”[5]
Lo hallo mientras lo busco y en mi búsqueda lo encuentro. ¿Porqué lo pierdo? ¿Porqué no lo hallo? ¿Será que no lo busco…?
"Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"[6].

Lic. Horacio Muñoz Larreta

[1] Libro I, Cap. 18.
[2] Buscar y Hallar la Voluntad de Dios, P. Miguel A. Fiorito, sj, 903-907, Paulinas, 2000.
[3] El Hombre Doliente, 254, Herder, Barcelona, 2000. V. Frankl es el fundador de la Tercera Escuela de Viena, de Psicología, llamada “Logoterapia” (Logos: sentido. Terapia a través del sentido de la vida)
[4] Confesiones, Libro V, Cap. 2, 2.
[5] Confesiones, Libro I, Cap. 1, 1.
[6] Ibid.