SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. El Buen Pastor nos ha redimido y nos ha incorporado a la vida divina por el Santo Bautismo. Pero no basta. Mientras vivamos, siempre permaneceremos expuestos al peligro de …Más
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.

El Buen Pastor nos ha redimido y nos ha incorporado a la vida divina por el Santo Bautismo. Pero no basta. Mientras vivamos, siempre permaneceremos expuestos al peligro de perder de vista al Pastor; al peligro de descarriarnos en el desierto, de sumergirnos en lo terreno y en el pecado, de condenarnos eternamente.

Siempre tendremos que luchar contra los malos instintos y las pasiones internas, contra las tentaciones y las seducciones del exterior.

Por eso, con el Introito de la Misa debemos volvernos hacia el Señor, como una oveja perdida, y suplicarle:Mírame, Señor, y compadécete de mí, porque estoy desamparado y soy pobre. Contempla mi humildad y mi dolor. Y perdona, oh Dios mío, todos mis pecados. A ti, Señor, he elevado mi alma.

Después pidamos con la Oración Colecta: Multiplica, Señor, sobre nosotros tu misericordia; para que, gobernados y dirigidos por ti, pasemos de tal modo a través de los bienes temporales, que no perdamos los eternos.

La ovejita se enreda entre las espinas de lo terreno. ¿Cuál es, pues, nuestro deber de cristianos? Contemplar, por encima de lo temporal, lo eterno, la mano solícita de Dios, su amorosa providencia. Por eso la Epístolanos instruye: Depositad en Él todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros. El Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su eterna gloria, nos fortalecerá y salvara, después de habernos dejado sufrir por un poquito de tiempo.

Lo temporal sirve para conquistar la perfección, para alcanzar la gloria eterna. Tiene, pues, un valor de trasmundo; pero no es el único y más excelso bien del hombre.

Deposita, pues cristiano, todas tus preocupaciones en el Señor, porque Él cuida de ti. Es el Buen Pastor que se preocupa ante todo de las ovejas perdidas, descarriadas. Nosotros somos la oveja perdida del Evangelio. Cristo nos recogió en el Santo Bautismo, nos cargó sobre sus espaldas y nos introdujo en el rebaño de su Iglesia.

La oveja descarriada, la dracma perdida somos nosotros mismos, prendidos entre las preocupaciones temporales, sumidos en el apego a lo terreno, perdidos en el pecado.

En el Sacrificio de la Santa Misa desprendámonos virilmente de nuestro desordenado apego a lo terreno y al pecado, sacrifiquémonos, muramos a nosotros mismos y dejémonos encontrar y aprisionar por Cristo, el cual se preocupó amorosamente de nosotros en su Pasión y muerte.

Arrepintámonos de nuestro descarrío, de nuestra infidelidad para con Cristo; dolámonos de habernos dejado seducir por el atractivo de las cosas terrenas, en vez de haberle seguido a Él.

Libres ya de todo desordenado amor a lo terreno, a todo lo que no sea Dios, ofrezcámonos en sacrificio a Cristo. Unámonos con su sacrificio. Hagámonos con Él una misma oblación al Padre.