¿Ha propagado el papa Francisco herejías en su Magisterio?

¿Puede un Papa enseñar herejías en su Magisterio ordinario?

«Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos».(Mat. 16, 18-19).

A raíz de la publicación de la corrección filial del 24 de mayo de 2017, muchos católicos han quedado en un estado de profunda confusión en cuanto a si un Papa válidamente elegido puede enseñar herejías en su Magisterio ordinario. El Magisterio ordinario se halla en las enseñanzas cotidianas del Santo Padre, emitidas a través de encíclicas, constituciones apostólicas, exhortaciones apostólicas, etc., y aunque este ejercicio particular del oficio papal no es infalible en su naturaleza, y puede adolecer de algunas deficiencias, todos los católicos están obligados a dar su asentimiento religioso (la sumisión del entendimiento y la voluntad) a todo el Magisterio ordinario. Esto difiere del consentimiento más vinculante de la fe que demandan los pronunciamientos infalibles, como los dogmas o las doctrinas propuestas por la Iglesia de modo definitivo. Como señala el Catecismo, existe una asistencia divina especial que protege al Papa de la enseñanza de cualquier error que contradiga la fe o la moral aun en su Magisterio ordinario [1]; se trata de un carisma que debe considerarse en grado inferior al de la infalibilidad papal, que muy raramente se ejerce a través de pronunciamientos ex cathedra o de solemnes definiciones en los concilios ecuménicos.

«La asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en comunión con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia), aunque, sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una "manera definitiva", proponen, en el ejercicio del Magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles deben "adherirse con espíritu de obediencia religiosa" (LG 25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él» (Catecismo de la Iglesia Católica 892).

«Hay que tener en cuenta, pues, el carácter propio de cada una de las intervenciones del Magisterio y la medida en que se encuentra implicada su autoridad; pero también el hecho de que todas ellas derivan de la misma fuente, es decir, de Cristo que quiere que su pueblo camine en la verdad plena. Por este mismo motivo las decisiones magisteriales en materia de disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están desprovistas de la asistencia divina y requieren la adhesión de los fieles» (Donum Veritatis 17).

A pesar de que puede haber ciertos defectos en el Magisterio ordinario [2], los fieles están obligados a someter la voluntad y el entendimiento a su juicio prudencial más elevado dando su asentimiento religioso. Tales defectos nunca pueden significar un error en materia de fe y moral, gracias a la promesa de la asistencia divina concedida incluso a estos pronunciamientos no infalibles. Lumen Gentium 25 lo expone así:

«Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al Magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su Magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo».

El documento Donum Veritatis de la Congregación para la Doctrina de la Fe, concede al teólogo cierta suspensión del juicio respecto al asentimiento religioso que debe al Magisterio ordinario cuando encuentra serias dificultades para aceptar algún elemento de sus enseñanzas; cuando esto sucede está obligado a presentar tales dificultades a la autoridad magisterial para su estudio y reflexión. Sin embargo, Donum Veritatis afirma que tal falta de asentimiento debe quedar siempre en lo privado a fin de que no constituya motivo de confusión para los fieles [3]. Se prohíbe al teólogo disidente una manifestación pública de sus objeciones:

«En estos casos el teólogo evitará recurrir a los medios de comunicación en lugar de dirigirse a la autoridad responsable, porque no es ejerciendo una presión sobre la opinión pública como se contribuye a la clarificación de los problemas doctrinales y se sirve a la verdad» (Donum Veritatis 30).

Puesto que los autores de la corrección filial se han dirigido directamente a los medios de comunicación para presentar su disentimiento a Amoris Laetitia (que forma parte del Magisterio ordinario del papa Francisco), han caído en una contravención de las directrices enunciadas por el documento Donum Veritatis, y por ello tal actuación debe considerarse ilícita.

Al unirse para formar un «magisterio paralelo» que tiene como objetivo «corregir» al Magisterio ordinario del papa Francisco, los autores de la corrección filial han ocasionado una gran confusión y daño a los fieles.

«En cuanto al "magisterio paralelo", al oponerse al de los pastores, puede causar grandes males espirituales. En efecto, cuando el disenso logra extender su influjo hasta inspirar una opinión común, tiende a constituirse en regla de acción, lo cual no deja de perturbar gravemente al pueblo de Dios y conducir a un menosprecio de la verdadera autoridad» (Donum Veritatis 34).

«Preguntar a la opinión pública mayoritaria lo que conviene pensar o hacer, recurrir a ejercer presiones de la opinión pública contra el Magisterio, aducen como pretexto un "consenso" de los teólogos, sostener que el teólogo es el portavoz profético de una "base" o comunidad autónoma que sería por lo tanto la única fuente de la verdad, todo ello denota una grave pérdida del sentido de la verdad y del sentido de iglesia. La Iglesia es "como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano". Por consiguiente, buscar la concordia y la comunión significa aumentar la fuerza de su testimonio y credibilidad; ceder, en cambio, a la tentación del disenso es dejar que se desarrollen "fermentos de infidelidad al Espíritu Santo"» (Donum Veritatis 39-40).

Esta falsa acusación contra el papa Francisco, alegando que está enseñando o propagando herejías en su Magisterio ordinario, constituye de hecho la negación de una de las verdades esenciales acerca de la autoridad doctrinal del Romano Pontífice, a saber, la ayuda del Espíritu Santo que le impide equivocarse en asuntos de fe y moral, aun cuando enseña de manera no infalible. Si rechazamos esta verdad esencial entonces todo el edificio de la teología católica se viene abajo. Una vez dividida en sus partes constitutivas la tal acusación, equivale nada menos que a un cargo de herejía formal contra el mismo Papa, y no puede ser reconocida como otra cosa que un intento de provocar alguna forma de cisma dentro de la Iglesia, desgarrando el cuerpo de Cristo.

No olvidemos: «La Primera Sede por nadie puede ser juzgada» (Canon 1404).

Notas del traductor

[1]
La asistencia del Espíritu Santo al Magisterio ordinario no puede equipararse con el carisma de la infalibilidad, pero resulta evidente la incompatibilidad de dicha asistencia con un error doctrinal que deformara la fe de la Iglesia. Para comprender en su justa medida esta ayuda divina, nada mejor que leer las enseñanzas de los Papas:

«Esta autoridad suprema del Magisterio papal, que tradicionalmente se suele definir apostólico, también en su ejercicio ordinario, deriva del hecho institucional por el que el Romano Pontífice es el sucesor de Pedro en la misión de enseñar, confirmar a sus hermanos y garantizar la conformidad de la predicación de la Iglesia con el depósito de la fe de los Apóstoles y con la doctrina de Cristo. Pero deriva también de la convicción, madurada en la tradición cristiana, de que el obispo de Roma es el heredero de Pedro también en los carismas de asistencia especial que Jesús le aseguró cuando le dijo: "Yo he rogado por ti" (Lc 22, 32). Eso significa una ayuda continua del Espíritu Santo en todo el ejercicio de la misión doctrinal, orientada a hacer comprender la verdad revelada y sus consecuencias en la vida humana.

Por esto, el Concilio Vaticano II afirma que toda la enseñanza del Papa merece ser escuchada y aceptada, incluso cuando no la expone ex cathedra, sino que la presenta en el ejercicio ordinario del Magisterio con clara intención de enunciar, recordar o reafirmar la doctrina de fe. Es una consecuencia del hecho institucional y de la herencia espiritual que dan las dimensiones completas de la sucesión de Pedro» (Cf. Juan Pablo II, Audiencia general, 17 de marzo de 1993).

[2] Quizá alguien se pregunte qué clase de incorrecciones podrían acompañar al Magisterio ordinario. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, cuyo texto recibió diversas modificaciones en la edición típica latina de 1997. Juan Pablo II se refirió a ellas en la carta apostólica Laetamur magnopere:

«Ha dedicado particular atención al examen de las numerosas propuestas de modificación de los contenidos del texto, que durante estos años han llegado de varias partes del mundo y de diferentes componentes del ámbito eclesial. A este respecto, se puede notar oportunamente que el envío tan considerable de propuestas de mejora manifiesta, en primer lugar, el notable interés que el Catecismo ha suscitado en todo el mundo, incluso en ambientes no cristianos. [...]

También por estos motivos, la comisión ha tomado en seria consideración las propuestas enviadas, las ha examinado atentamente a través de las diversas instancias, y ha sometido a mi aprobación sus conclusiones. He aprobado estas conclusiones en la medida en que permiten expresar mejor los contenidos del Catecismo respecto al depósito de la fe católica, o formular algunas verdades de la misma fe del modo más conveniente a las exigencias de la catequesis actual. Y, por tanto, han entrado a formar parte de la presente edición típica latina. Esta repite fielmente los contenidos doctrinales que presenté oficialmente a la Iglesia y al mundo en diciembre de 1992».

Estas palabras del Papa nos dan bastante información sobre la naturaleza de los posibles defectos en el Magisterio ordinario, y sobre el modo de proponer las correcciones al mismo. En relación a lo primero, el Papa afirma que se trata de mejoras en la formulación de las verdades de la fe, no de cambios doctrinales (puede consultarse un breve estudio sobre el asunto aquí: ¿Magisterio corregido?); en cuanto a lo segundo, representa el modus operandi de una verdadera corrección filial: las propuestas de mejora son enviadas por privado a la comisión encargada del trabajo de redacción y finalmente revisadas por el Santo Padre.

[3] Traemos a colación un texto poco conocido de Pío XII que señala la posición de supremacía del Magisterio respecto a la enseñanza de los teólogos:

«Particulares circunstancias en el más reciente período de la vida eclesiástica nos indujeron a decir, en nuestras dos alocuciones al sagrado colegio y al episcopado del 31 de mayo y del 2 de noviembre de 1954 (Discursos y radiomensajes, vol. XVI, pág. 41-46 y 245-256), una palabra sobre el fundamento del Magisterio iure divino [=con derecho divino] del Papa y de los obispos, y sobre la enseñanza de los teólogos, los cuales no por derecho divino sino por delegación de la Iglesia ejercen su oficio, y por tanto quedan sometidos a la autoridad y a la supervisión del legítimo Magisterio. Si ellos como teólogos están activamente interesados en la "orientación" y aducen argumentos científicos, podría surgir la cuestión: ¿cuál ofrece mayor peso como garantía de verdad, la palabra de los teólogos o la del Magisterio? A propósito de la cual se lee en Humani Generis: "ni aun a los teólogos ha confiado el divino Redentor la interpretación auténtica de este depósito (de la fe), sino sólo al Magisterio de la Iglesia [...] Nuestro predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, al enseñar que es deber nobilísimo de la teología mostrar cómo una doctrina definida por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin grave motivo añadió aquellas palabras: con el mismo sentido, con que ha sido definida por la Iglesia" (l. c. pág. 569). Decisiva pues para el conocimiento de la verdad no es ya la "opinio theologorum" [=opinión de los teólogos] sino el "sensus Eclesiae" [=sentir de la Iglesia]. De lo contrario se convertiría a los teólogos en "magistri Magisterii" [=maestros del Magisterio], lo cual es un evidente error"» (Cf. Pío XII, Discorso per la VI settimana nazionale italiana di aggiornamento pastorale, 14 settembre 1956).

Emmett O'Regan

Fuente: unveilingtheapocalypse.blogspot.ro/…/can-pope-teach-…

Traducción por Corazón Católico.