es.news
2624

Viganò responde al cardenal Ouellet. Tercer Testimonio

A la memoria de los mártires de América
A la memoria de los mártires de América septentrional

Testimoniar la corrupción en la jerarquía de la Iglesia Católica ha sido una decisión dolorosa para mí, y lo es todavía. Pero soy un anciano, uno que sabe que pronto deberá rendir cuentas al Juez de las propias acciones y omisiones, que teme a Aquél que puede arrojar el cuerpo y el alma al infierno. Juez que también en su infinita misericordia “dará a cada uno el premio o la pena eterna según los méritos” (Acto de fe). Anticipando la terrible pregunta de ese Juez: “¿Cómo has podido, tú que estabas en conocimiento de la verdad, permanecer en silencio en medio de tanta falsedad y depravación?”. ¿Qué respuesta podría dar?

Hablé con pleno conocimiento de que mi testimonio provocaría alarmas y consternación en muchas personas eminentes: eclesiásticos, hermanos obispos, colegas con los que trabajé y oré. Sabía que muchos se iban a sentir heridos y traicionados. Preví que a su vez algunos me acusarían y se pondrían a discutir mis intenciones. Y lo más doloroso de todo, yo sabía que muchos fieles inocentes se confundirían y estarían desconcertados por el espectáculo de un obispo que acusa a hermanos y superiores de delitos, de pecados sexuales y de grave negligencia hacia su deber. Sin embargo, creo que mi silencio prolongado pondría en peligro a muchas almas, y sin duda habría condenado la mía. Aunque he informado varias veces a mis superiores, e incluso al Papa, sobre las acciones aberrantes de McCarrick, podría haber denunciado públicamente antes las verdades de las que estaba en conocimiento. Si hay alguna responsabilidad de mi parte en este retraso lo lamento. Se debió a la gravedad de la decisión que estaba por tomar y a la larga tribulación de mi conciencia.

He sido acusado, a causa de mi testimonio, de haber creado confusión y división en la Iglesia. Esta afirmación puede ser creíble sólo para aquéllos que consideran que tal confusión y división eran irrelevantes antes de agosto del 2018. Pero cualquier observador desapasionado bien podría haber visto la presencia prolongada y significativa de ambas, inevitable cuando el sucesor de Pedro renuncia a ejercer su misión principal, que es la de confirmar en la fe y en la sana doctrina moral a los hermanos y en sana doctrina moral. Cuando después se exacerba la crisis con mensajes contradictorios o declaraciones ambiguas la confusión se agrava.

Por eso he hablado. Porque es la conspiración del silencio la que ha causado y sigue causando un enorme daño a la Iglesia, a tantas almas inocentes, a las jóvenes vocaciones sacerdotales y a los fieles en general. En esta decisión mía, que he tomado en conciencia delante de Dios, acepto voluntariamente toda corrección fraterna, consejo, recomendación e invitación a progresar en mi vida de fe y amor a Cristo, a la Iglesia y al Papa.

Permítanme recordarles de nuevo los puntos principales de mi Testimonio.

• En noviembre del 2000 el nuncio en Estados Unidos, el arzobispo Gabriel Montalvo, informó a la Santa Sede del comportamiento homosexual del cardenal McCarrick con seminaristas y sacerdotes.

• En diciembre del 2006 el nuevo nuncio, el arzobispo Pietro Sambi, informó a la Santa Sede del comportamiento homosexual del cardenal McCarrick con otro sacerdote.

• En diciembre del 2006 escribí también yo una Observación al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que entregué personalmente al sustituto para los Asuntos Internacionales, el [en ese entonces] arzobispo Leonardo Sandri, pidiendo al Papa que tomara medidas disciplinarias extraordinarias contra McCarrick para prevenir futuros crímenes y escándalos. Esta Observación no tuvo respuesta.

• En abril del 2008 una carta abierta al papa Benedicto XVI por parte de Richard Sipe fue transmitida por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal William Joseph Levada, al secretario de Estado el cardenal Tarcisio Bertone, que contenía posteriores acusaciones contra McCarrick de haber ido a la cama con seminaristas y sacerdotes. Me fue entregada un mes después, y en mayo del 2008 yo mismo presenté una segunda Observación al entonces sustituto para los Asuntos Generales, el arzobispo Fernando Filoni, haciendo referencia a las acusaciones contra McCarrick y pidiendo sanciones contra él. Tampoco tuvo respuesta esta segunda Observación.

• En el 2009 o en el 2010 supe por el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos, que el papa Benedicto XVI había ordenado a McCarrick que cesara de ejercer públicamente su ministerio y comenzara una vida de oración y penitencia. El nuncio Sambi comunicó las órdenes del Papa a McCarrick, elevando la voz de tal manera que ésta se sintió en los corredores de la nunciatura.

• En noviembre del 2011 el cardenal Ouellet, nuevo prefecto de la Congregación para los Obispos, me reconfirmó, como nuevo nuncio en Estados Unidos, las restricciones dispuestas por el Papa a McCarrick, y yo mismo se lo comuniqué a McCarrick cara a cara.

• El 21 de junio de 2013, hacia el final de un encuentro oficial de los nuncios en el Vaticano, el papa Francisco me dirigió palabras de reprimenda y difíciles de interpretar sobre el episcopado estadounidense.

• El 23 de junio de 2013, me reuní con el papa Francisco en persona, en una audiencia privada en su departamento, para tener aclaraciones, y el Papa me preguntó: “¿Cómo es el cardenal McCarrick?”, palabras que sólo puedo interpretar como una falsa curiosidad para descubrir si yo era aliado o no de McCarrick. Le dije que McCarrick había corrompido sexualmente a generaciones de sacerdotes y seminaristas, y que el papa Benedicto le había ordenado dedicarse únicamente a una vida de oración y penitencia.

• Pero por el contrario, McCarrick continuó gozando de una consideración especial por parte del papa Francisco, quien le confió nuevas responsabilidades y misiones importantes.

• McCarrick formaba parte de una red de obispos favorables a la homosexualidad, quienes gozando del favor del papa Francisco, han promovido nombramientos episcopales para protegerse de la justicia y reforzar la homosexualidad en la jerarquía y en la Iglesia en general.

• El mismo papa Francisco parece o bien estar en connivencia con la difusión de esta corrupción, o bien al ser consciente de lo que hace, es gravemente responsable, porque no se opone a esa corrupción y no intenta erradicarla.

Invoqué a Dios como testigo de la verdad de estas afirmaciones mías, y ninguna de ellas ha sido desmentida. El cardenal Ouellet escribió reprochándome por mi temeridad al haber roto el silencio y promovido acusaciones contra mis hermanos y superiores, pero en verdad su reprimenda me confirma en mi decisión y, más aún, confirma mis afirmaciones, una a una y en su totalidad.

• El cardenal Ouellet admite haberme hablado de la situación de McCarrick antes que yo partiera hacia Washington para comenzar mi tarea de nuncio.

• El cardenal Ouellet admite haberme comunicado por escrito las condiciones y restricciones impuestas a McCarrick por el papa Benedicto XVI.

• El cardenal Ouellet admite que estas restricciones prohibían a McCarrick viajar y aparecer en público.

• El cardenal Ouellet admite que la Congregación para los Obispos, ordenó por escrito -primero a través del nuncio Sambi y después también a través mío- , a McCarrick que llevara adelante una vida de oración y penitencia.

¿Qué contesta el cardenal Ouellet?

• El cardenal Ouellet pone en duda la posibilidad que el papa Francisco haya podido recordar informaciones importantes sobre McCarrick en un día en el que se había encontrado con decenas de nuncios y había dado a cada uno unos pocos momentos de conversación. Pero no es lo que yo he testimoniado. Testimonié que, en un segundo encuentro privado, informé al Papa, al responder a una pregunta suya sobre Theodore McCarrick, en ese entonces cardenal arzobispo emérito de Washington y figura preminente en la Iglesia de Estados Unidos, diciéndole al Papa que McCarrick había corrompido sexualmente a sus mismos seminaristas y sacerdotes. Ningún Papa puede olvidarse de esto.

• El cardenal Ouellet pone en duda la existencia en sus archivos de cartas firmadas por el papa Benedicto XVI o por el papa Francisco referidas a las sanciones sobre McCarrick. Pero no es lo que he testimoniado. He testimoniado que en sus archivos tenía documentos claves –independientemente de su procedencia– que incriminan a McCarrick y documentos relacionados con las providencias tomadas respecto a ello, y otras pruebas de la cobertura respecto a su situación. Y lo confirmo ahora.

• El cardenal Ouellet pone en duda la existencia en los archivos de su predecesor, el cardenal Re, de “notas de audiencias” que imponían a McCarrick las restricciones citadas. Pero no es lo que he testimoniado. He testimoniado que hay otros documentos, por ejemplo, una nota del cardenal Re non ex-Audientia SS.mi, también con la firma del secretario de Estado o del sustituto.

• El cardenal Ouellet contesta que es falso presentar las medidas tomadas respecto a McCarrick como “sanciones” decretadas por el papa Benedicto y anuladas por el papa Francisco. Es verdad: técnicamente no eran “sanciones”, eran providencias, “condiciones y restricciones”. Discurrir si eran sanciones o providencias o alguna otra cosa es legalismo puro. Bajo el perfil pastoral es exactamente lo mismo.

En síntesis, el cardenal Ouellet admite las importantes afirmaciones que he hecho y hago, y pone en duda las afirmaciones que no hago y que jamás he hecho.

Hay un punto en el que debo desmentir absolutamente todo lo que escribe el cardenal Ouellet. El cardenal afirma que la Santa Sede estaba en conocimiento sólo de simples "rumores", no suficientes para poder tomar medidas disciplinarias contra McCarrick. Yo, en cambio, afirmo que la Santa Sede estaba en conocimiento de muchos hechos concretos y en posesión de documentos comprobados, y que a pesar de ello las personas responsables prefirieron no intervenir o se les impidió hacerlo. Los resarcimientos a las víctimas de abusos sexuales por parte de McCarrick, de la arquidiócesis de Newark y la diócesis de Metuchen, las cartas del padre Ramsey, de los nuncios Montalvo en 2000 y Sambi en el 2006, del Dr. Sipe en el 2008, mis dos Observaciones al respecto elevadas a los superiores de la Secretaría de Estado que describían describiendo en detalle las acusaciones concretas contra McCarrick, ¿son sólo rumores? Son correspondencia oficial, no chismes de sacristía. Los delitos denunciados eran muy graves, estaban también los de la absolución de cómplices en actos obscenos, con una posterior celebración sacrílega de la Misa. Estos documentos especifican la identidad de los autores, de sus protectores y la secuencia cronológica de los hechos. Están guardados en los archivos apropiados; no es necesaria ninguna investigación extraordinaria para recuperarlos.

En las acusaciones hechas públicamente contra mí he notado dos omisiones, dos silencios dramáticos. El primer silencio es sobre las víctimas. El segundo es sobre la causa principal de tantas víctimas, es decir, sobre el rol de la homosexualidad en la corrupción del sacerdocio y la jerarquía. En cuanto al primer silencio, impacta que en medio de tantos escándalos e indignaciones se tenga tan poca consideración por los que han sido víctimas de depredadores sexuales por parte de quien había sido ordenado ministro del Evangelio. No se trata de regular las cuentas o de cuestiones de carreras eclesiásticas. No es cuestión de política. No se trata de cómo los historiadores de la Iglesia pueden evaluar este o aquel papado. ¡Se trata de almas! Muchas almas han sido puestas en peligro y lo están todavía por su salvación eterna.

En cuanto al segundo silencio, esta crisis gravísima no se puede abordar y resolver adecuadamente hasta que no llamemos a las cosas por su nombre. Se trata de una crisis causada por el flagelo de la homosexualidad, en los que la practican, en sus movimientos, en su resistencia a ser corregida. No es exagerado decir que la homosexualidad se ha convertido en una plaga en el clero y que sólo puede ser erradicada con armas espirituales. Es una hipocresía enorme despreciar el abuso, decir que se llora por las víctimas, pero negarse a denunciar la causa principal de tantos abusos sexuales: la homosexualidad. Es hipócrita negarse a admitir que esta plaga se debe a una grave crisis en la vida espiritual del clero y no recurrir a los medios para remediarla.

No hay duda de que existen en el clero violaciones sexuales también con las mujeres, y también estas violaciones crean serios daños a las almas de quienes las practican, a la Iglesia y a las almas de los que corrompen. Pero estas infidelidades al celibato sacerdotal suelen limitarse habitualmente a los individuos inmediatamente involucrados; de por sí no tienden a promover ni a difundir comportamientos similares, a cubrir tales fechorías. Mientras que son abrumadoras las pruebas de cómo la plaga de la homosexualidad es endémica, se propaga por contagio, con raíces profundas difíciles de erradicar.

Está establecido que los depredadores homosexuales explotan su privilegio clerical a su favor. Pero reivindicar la crisis misma como clericalismo es puro sofisma, es fingir que un medio, un instrumento, es en realidad la causa principal.

La denuncia de la corrupción homosexual y de la vileza moral que le permite crecer no encuentra consensos ni solidaridad en nuestros días, lamentablemente ni siquiera en las esferas más altas de la Iglesia. No me sorprende que al llamar la atención sobre estas plagas, me acusen de deslealtad hacia el Santo Padre y de fomentar una rebelión abierta y escandalosa. Pero la rebelión implicaría exhortar a los otros a derrocar el papado. Yo no estoy exhortando a nada de eso. Rezo todos los días por el papa Francis más de lo que jamás hice por los otros Papas. Pido, más bien ruego fervientemente, que el Santo Padre afronte los compromisos que ha asumido. Al aceptar ser el sucesor de Pedro asumió la misión de confirmar a sus hermanos y la responsabilidad de guiar a todas las almas en el seguimiento de Cristo, en el combate espiritual, por el camino de la Cruz. Que admita sus errores, se arrepienta, demuestre que quiere seguir el mandato dado a Pedro y, una vez que se arrepienta, confirme a sus hermanos (Lc 22, 32).

En conclusión, deseo repetir mi llamamiento a mis hermanos obispos y sacerdotes que saben que mis afirmaciones son ciertas y que están en condiciones de testificarlo, o que tienen acceso a documentos que pueden resolver esta situación más allá de toda duda. Ustedes también están frente a una decisión. Pueden optar por retirarse de la batalla, continuar en la conspiración del silencio y desviar la mirada del avance de la corrupción. Pueden inventar excusas, compromisos y justificaciones que pospongan el día de la rendición de cuentas. Pueden consolarse con la duplicidad y la ilusión de que será más fácil decir la verdad mañana y luego de nuevo al día siguiente.

O bien pueden elegir hablar. Confíen en Aquél que nos ha dicho “la verdad los hará libres”. No estoy diciendo que será fácil decidir entre el silencio y el hablar. Les exhorto a considerar esa decisión en el lecho de muerte y frente al Juez justo no tendrán que arrepentirse de haberla tomado.

+ Carlo Maria Viganò 19 de octubre de 2018
Arzobispo titular de Ulpiana, Memoria de los Mártires
Nuncio apostólico de América Septentrional
jamacor
Hay que seguir rezando el Santo Rosario, la oración a San Miguel Arcángel y el "Bajo tu protección nos acogemos Santa Madre de Dios". Se ha avanzado mucho para que el tapón pueda saltar de una vez, y salga la podredumbre acumulada en los últimos 50 años.
adeste fideles
😇 🙏